Capítulo 2

CAPÍTULO 2

El carruaje estaba pasando por Tongguan y el río Amarillo a lo largo de un antiguo camino que atravesaba la región de las Planicies Centrales, rumbo al este. El Sr. Di y su asociado cercano Hoong Liang, junto con los asistentes Qiao Tai y Ma Rong pasaron diez días en su viaje. Con la puesta del sol, el Sr. Di y sus tres acompañantes finalmente llegaron a Peng-lai.

El poblado de Peng-lai estaba cerca de la bahía y la artillería estaba en la desembocadura del río a nueve millas de la ciudad, y se encontraba bajo la jurisdicción de la Marina con la misión de defender las fronteras marítimas, administrar los negocios con países extranjeros, cobrar impuestos y aranceles y combatir el contrabando, entre muchas otras tareas. El supervisor del gobierno local estaba impulsando la educación moral y ética, las actividades agrícolas, todo lo relacionado con las leyes, la supervisión de las tropas, etc. El personal militar a cargo del emplazamiento artillero era lo suficientemente cortés como para mantener una relación armoniosa entre todos sus miembros.

Cuando los cuatro hombres se acercaron a la Puerta Oeste, a Qiao Tai le llamaron la atención los bajos muros y la modesta edificación de dos pisos.

–Vi en el mapa, –explicó el magistrado Di– que esta ciudad tiene excelentes defensas naturales. Se encuentra a tres millas río arriba, donde se une con un amplio arroyo. En la desembocadura del río se encuentra un gran fuerte, controlado por una bien armada guarnición. Controlan todas las naves entrantes y salientes, y hace algunos años, durante nuestra guerra con Corea, evitaron que los juncos de guerra coreanos ingresaran al río. Al norte del río la costa está formada por altos acantilados, y hacia el sur no hay nada más que pantanos. Por lo tanto, Peng-lai, al ser el único puerto apropiado en los alrededores, se ha convertido en el centro de nuestro comercio con Corea y Japón.

–En la capital escuché a la gente decir, –agregó Hoong–, que muchos coreanos se han establecido aquí, especialmente marineros, carpinteros y monjes budistas. Viven en un barrio coreano, en el otro lado del arroyo al este de la ciudad, cerca de donde también hay un famoso templo budista antiguo.

Dos guardias armados abrieron el portón y el grupo cabalgó a lo largo de una concurrida calle comercial hasta llegar al alto muro del recinto del tribunal. Prosiguieron hasta que llegaron a la puerta principal, en el muro sur, donde algunos guardias estaban sentados en un banco bajo un gran gong de bronce.

Los hombres se apresuraron a ponerse de pie y saludar al magistrado. Pero Hoong notó que a sus espaldas se miraron entre ellos con una expresión peculiar.

Un agente los llevó a la cancillería, la oficina principal en el lado opuesto del patio principal. Cuatro empleados manipulaban afanosamente sus pinceles bajo la supervisión de un enjuto anciano con una corta barba gris, que vino a su encuentro de inmediato y, tartamudeando, se presentó como el escriba principal, Tang, temporalmente a cargo de la administración del distrito.

–Este fiel servidor lamenta profundamente, –agregó con nerviosismo–, que la llegada de su excelencia no se haya anunciado con antelación. No pude preparar la cena de bienvenida y...

–Creía –el magistrado lo interrumpió– que el control de frontera había enviado un mensajero delante. Debió haber un error en alguna parte. Pero ya que estoy aquí, será mejor que me muestre el tribunal.

Tang los condujo alrededor de la instalación.

–Mantuvo usted todo en muy buen orden, –dijo el magistrado de manera tranquilizadora.

Tang parecía avergonzado. Después de algunas dudas, dijo:

–La residencia de su excelencia está en excelentes condiciones: el extinto magistrado la había pintado de nuevo el verano pasado. Desafortunadamente, sin embargo, sus muebles empacados y su equipaje están todavía allí. Aún no hay noticias de su hermano, su único pariente vivo. No sé a dónde deberían enviarse todas esas cosas. Y como su excelencia Wang era viudo, solo había empleado a sirvientes locales, que se marcharon después de su muerte.

–¿Dónde se quedó el investigador cuando vino aquí? –preguntó el magistrado, algo intrigado.

–Su excelencia durmió en el sofá de la oficina privada, –le respondió Tang con tristeza–. Los empleados también le servían sus comidas allí. Lamento profundamente que todo esto sea tan irregular, pero como el hermano del magistrado no responde a mis cartas, yo... Es realmente lamentable, pero...

–No importa –respondió el juez Di de inmediato–. No había planeado enviar a buscar a mi familia y mis sirvientes hasta que este asesinato quede resuelto. Ahora iré a mi cámara privada y me cambiaré allí, y usted mostrará a mis asistentes sus alojamientos, e informará a todos de que me encuentren en la sala de la Corte mañana por la mañana.

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