Capítulo 1

CAPÍTULO 1

El magistrado Di Renjie (630-700) fue un famoso funcionario gubernamental de alto rango de la época de oro de la dinastía Tang1. Fue el principal responsable en la administración central a cargo de los asuntos políticos y su reputación se había extendido a lo largo y ancho del país y se ha transmitido por generaciones. En sus primeros años, se puede inferir a partir de evidencias históricas que el Sr. Di fue designado por primera vez como el gobernador del Templo de Dali durante el período Yifeng del reinado de Gaozong. En su primer año en el cargo condenó a más de 17.000 convictos a prisión y el hecho de que nadie fuera encausado injustamente aumentó significativamente su ascendiente dentro del gobierno. Incluso llegó a decirse de él que era "tan inteligente como dios". Durante su mandato como funcionario del gobierno local de varios condados y ciudades, logró desentrañar muchos casos penales misteriosos que resultaban realmente aterradores y sorprendentes. Aquí nos hemos propuesto describir en detalle sobre uno de sus casos más famosos.

Durante el período Yonghui del reinado de Gaozong, el Sr. Di Renjie fue enviado a asumir el cargo de gobernador de la municipalidad portuaria de Peng-lai. Varios funcionarios de la capital, amigos íntimos y colaboradores suyos le prepararon una cena de despedida en el Pabellón Beihuan, cinco millas al este de la ciudad. Corría el mes de marzo y la llovizna había persistido durante tres semanas sin un solo día soleado. Las flores de durazno y albaricoque continuaban cayendo, embarrando el suelo. La imagen de una piedra encorvada en medio de las flores caídas inevitablemente provoca una sensación de melancolía.

Tres hombres estaban bebiendo silenciosamente su vino en el último piso del Pabellón de la Alegría y la Tristeza, mirando hacia la vía que cruza la Puerta Norte de la capital imperial. Desde que todos recordaban, este antiguo restaurante de tres pisos, construido sobre una colina poblada de pinos, había sido el lugar tradicional donde los funcionarios metropolitanos solían despedirse de sus amigos que partían para ocupar cargos en el interior, y donde los recibían para darles la bienvenida cuando, terminado su mandato, regresaban a la capital.

Los tres amigos habían compartido una simple comida al mediodía; ahora se acercaba el momento de la despedida. Los difíciles últimos momentos habían llegado, cuando se buscan en vano las palabras adecuadas. Cada uno de ellos rozaba la edad de treinta años. Dos llevaban gorras de brocado de secretarios subalternos; el tercero, a quien estaban despidiendo, un gorro negro de magistrado de distrito.

El secretario Liang apartó su copa de vino con un gesto decidido, y le dijo iracundo al joven magistrado:

–¡El hecho de que esto sea tan absolutamente innecesario es lo que más me molesta! ¡Tuviste la oportunidad de ocupar el puesto de secretario auxiliar en el Tribunal Metropolitano de Justicia! Entonces te hubieras convertido en colega de nuestro amigo Hou aquí presente, y hubiéramos podido continuar nuestra agradable vida juntos aquí en la capital, pero tú...

El magistrado Di, que había estado mesando impaciente su larga barba negra como el carbón, lo interrumpió bruscamente.

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–Ya hemos pasado por esto muchas veces, pero yo... –Se recuperó rápidamente y continuó con una sonrisa de disculpa–. Ya te dije que estoy harto y hastiado de estudiar casos criminales, solo en el papel.

–No hay necesidad de abandonar la capital por ello, –comentó el secretario Liang–. ¿No hay acaso suficientes casos interesantes aquí? ¿Qué hay de ese secretario de la Junta de Finanzas, Wang Yuan-te, creo que ese es su nombre, el tipo que asesinó a su empleado y se fugó con treinta barras de oro del Tesoro? El tío de nuestro amigo Hou Kwang, secretario general de la Junta, pregunta a la Corte todos los días por noticias, ¿cierto, Hou?

El tercer hombre, que llevaba la insignia de un secretario de la Corte metropolitana, parecía preocupado. Vaciló un poco, y luego respondió:

–Todavía no tenemos ni idea del paradero de ese granuja. ¡Es un caso interesante, Di!

–Como bien saben, –dijo el magistrado Di con indiferencia–, ese caso tiene la atención personal del propio presidente de la Corte. ¡Lo único que hemos visto hasta la fecha son unos pocos documentos rutinarios, copias, papeles y más papeles!

Tomó la jarra de vino y volvió a llenar su copa. Todos permanecían en silencio.

–Te lo aconsejo, Di, –el tercer joven funcionario le dijo con seriedad–, reconsidera tu decisión. Aún estás a tiempo; fácilmente podrías alegar una indisposición repentina y pedir diez días de licencia por enfermedad. Mientras tanto asignarán a otro hombre a esa localidad. Escúchame, Di. ¡Te estoy hablando como tu amigo!

–¡Agradezco tu solicitud como una muestra más de incondicional amistad!, –dijo con una cálida sonrisa–. Todos tienen razón, sería mejor para mi carrera si me quedara en la capital. Pero me siento obligado. Para continuar con esta empresa, todavía tengo que demostrarme que soy realmente capaz de servir a nuestro ilustre emperador y a nuestro magnífico pueblo. ¡La magistratura de Peng-lai es el verdadero comienzo de mi carrera!

–O el final, –murmuró Hou en voz baja. Él también se levantó y caminó hacia la ventana. Los sepultureros habían salido de su refugio y comenzaban a trabajar. Se puso pálido y rápidamente miró hacia otro lado. Dándose la vuelta, dijo roncamente–: La lluvia ha cesado.

–¡Entonces será mejor que nos marchemos! –exclamó el magistrado Di.

Juntos, los tres amigos descendieron por la estrecha y sinuosa escalera. En el patio inferior, un anciano y dos hombres los esperaban. El camarero sirvió la copa final. Los tres amigos las vaciaron de un tirón, luego vinieron los últimos mensajes y los confusos buenos deseos. El magistrado se balanceó sobre su montura y agitó su látigo en señal de despedida, y los cuatro cabalgaron por el camino que conducía a la carretera. Cuando el secretario Liang y su amigo Hou se quedaron mirándolo, este último dijo con preocupación:

–No quise importunar a Di, pero esta mañana un hombre de Peng-lai me contó sobre cosas muy extrañas allí. Dicen que el fantasma del magistrado asesinado fue visto deambulando por el tribunal.

Notes

1 Aunque la presente es una obra de ficción, Di Renjie fue un personaje real, catalogado como uno de los más célebres funcionarios del reino, de incomparable ejecutoria en toda la historia de la China Imperial. Fue famoso como juez, durante la primera parte de su carrera, por su capacidad de deducción y luego por su actuación como ministro en la Corte Imperial de la Emperatriz Wu, en la segunda parte de su vida profesional. (N. T.)

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