CAPÍTULO II
Desde su llegada al templo, Madame Cui pasaba los días quemando incienso y recitando las escrituras budistas en honor de su difunto marido. Con el deseo de que el abad organizara un funeral budista, envió a Hongniang a encontrarse con él y planear los detalles.
Al llegar a la habitación del abad, lo vio conversando con un joven estudiante refinado y atractivo, hablando del alquiler de una habitación en el templo. Tras anunciar su presencia, Hongniang le preguntó al abad sobre las posibilidades del servicio funerario.
El abad dijo:
–El décimo quinto día del segundo mes lunar es un día favorable. Por favor, dígale a Madame Cui que nos encontraremos muy honrados de llevar a cabo el funeral y todo lo necesario para él ya está preparado.
Hongniang contestó:
–Excelente. ¿Les importaría que echara un vistazo al salón de Buda para poder contárselo a mi señora?
El abad se puso de pie y le dijo a Zhang Sheng:
–Señor, espere aquí amablemente un momento. Iré a enseñarle el salón a esta joven y enseguida regreso.
Zhang Sheng, sin nada que hacer, preguntó si podría acompañarlos y los tres se dirigieron hacia el salón de Buda. Zhang Sheng permitió amablemente a Hongniang ir en primer lugar, y ella tomó nota para sus adentros de sus buenos modales.
Una vez en el salón, Hongniang hizo muchas preguntas sobre los preparativos del funeral, mirando alrededor para asegurarse de que todo estaba dispuesto. Zhang Sheng quiso comenzar una conversación con la chica pero esta apenas le prestaba atención. Satisfecha con los minuciosos preparativos, expresó su gratitud al abad de parte de Madame Cui. El abad dijo que todo estaría listo y que Madame y la señorita Cui solo necesitaban ir a ofrecer algo de incienso. Finalmente, hizo hincapié en lo conmovido que estaba con la piedad filial de la señorita Cui por su padre y que él personalmente se encargaría de que el servicio estuviera listo antes del final de su período de luto para que pudiera devolver el amor y el cuidado de su padre en el aniversario de su muerte. Mientras decía esto, repentinamente se dio cuenta de que Zhang Sheng estaba llorando en silencio. El abad le preguntó qué ocurría y él contestó:
–Una mujer joven como la señorita Cui ha mostrado tanta devoción a sus padres. Yo mismo, he estado vagando por ahí estos años fuera de mi ciudad natal y ni siquiera he ofrecido un solo billete ritual a mis padres desde su defunción. ¡Estoy tan avergonzado! Espero que pueda apiadarse de mí y permitirme ofrecer algo de incienso y papel sagrado en honor a mis padres. Creo que Madame no se opondrá, porque comprenderá mis deberes filiales.
El abad fue comprensivo con su petición y le dio permiso para llevar a cabo los ritos funerarios. Entonces, el abad invitó a Hongniang a regresar con él a su habitación para tomar una taza de té, pero ella temía que Madame Cui pudiera necesitarla ahora, así que dio gracias al abad y se dispuso a regresar a sus aposentos. Una vez fuera del salón, se cruzó con Zhang Sheng en la entrada, que parecía estar esperándola. Él se acercó e hizo una reverencia.
–Usted debe de ser Hongniang, la doncella de la señorita Yingying.
Mirándolo fijamente hizo una ligera reverencia forzada y contestó:
–Si, ¿en qué puedo ayudarle, señor?
–Mi nombre es Zhang Sheng. Tengo 23 años y soy natural de Luoyang. Nací en la medianoche del decimoséptimo día del primer mes lunar. Aún no estoy casado...
Al oír estas palabras, Hongniang notó que el joven hablaba demasiado osadamente y se disgustó:
–¿Quién le ha preguntado?
Al notar su impaciencia, él se acercó un poco más.
–¿Sale a menudo la señorita Cui a pasear fuera de sus aposentos?
Esta pregunta realmente enfadó a Hongniang. Su respuesta dejaba ver su irritación.
–Debe de haber leído usted muchos libros. ¿Cómo es que no sabe ni siquiera la etiqueta básica? ¡Lo que acaba de decir pasa de castaño oscuro! Debe usted conocer las enseñanzas de Mencio sobre que "debe mantenerse una distancia de seguridad entre hombres y mujeres". Como dice el antiguo dicho, un caballero no se ajustará el zapato en un campo de sandías, ni el sombrero debajo de un ciruelo. O, como decía Confucio, un hombre de letras no debería "ver nada malo, oír nada malo, decir nada malo ni hacer nada malo". Madame es muy estricta con respecto a la educación de la señorita Cui. La joven no es tan imprudente de enseñar voluntariamente su cara en público. Si saliera de la habitación, su madre no pararía nunca de reñirle. Además, la señorita Cui no tiene nada que ver con usted y debería metérsele eso en la cabeza. Tiene usted suerte de que sea yo la que le diga esto y no Madame Cui, porque no le dejaría en paz tan fácilmente. Es muy estricta con los demás cuando se trata de la etiqueta, por no mencionar con su propia hija. A partir de ahora, debería usted saber cuándo hablar y cuándo mantener la boca cerrada.
Con esto, Hongniang se giró bruscamente y salió a ver a su señora. Sus palabras habían dejado a Zhang Sheng sin palabras y regresó despacio a su habitación, refunfuñando todo el camino.
Hongniang regresó al Pabellón del Oeste e informó a Madame Cui sobre la preparación del servicio funerario, luego fue a ver a Yingying, a quien repitió lo que acababa de decir a la señora. Mientras hablaban del servicio, de repente recordó la estúpida mirada en la cara de Zhang Sheng y rompió a reír.
Desconcertada, Yingying pregutó:
–¿De qué te ríes, tonta?
Yingying se rio y comenzó a imitar el discurso de presentación de Zhang Sheng inclinándose hacia delante y afirmando:
–Mi nombre es Zhang Sheng. Tengo 23 años y soy natural de Luoyang. Nací en la medianoche del décimo séptimo día del primer mes lunar. Aún no estoy casado...
Incluso más confundida, Yingying también se rio y preguntó:
–¿Qué te pasa hoy? ¿Qué es toda esta tontería?
Hongniang describió entonces todo el encuentro a Yingying, incluyendo su bronca a Zhang Sheng.
–Hermana, realmente me pregunto qué pasa por la cabeza de ese joven estudiante. ¡Es increíble que pueda existir un simplón así!
Yingying volvió a pensar en el joven que había visto en el salón de Buda el día anterior. Parecía refinado, no un lascivo de mala reputación. Además, la había mirado con obvia admiración. El corazón de Yingying comenzó a latir un poco más rápido cuando recordó sus brillantes ojos. Le preguntó a Yingying si le había dicho algo de esto a su madre.
–Aún no. Si lo deseas iré a decírselo inmediatamente –y comenzó a dirigirse hacia la puerta.
Yingying la detuvo, diciendo:
–Mantengamos esto entre nosotras de momento. Ya le has echado suficiente bronca, así que lo dejaremos de esta manera. Está oscureciendo. Por favor, prepara la mesa del incienso; salgo al jardín brevemente para quemar un poco de incienso.
Hongniang colocó la mesa en el jardín y regresó a acompañar a Yingying por la puerta lateral.
Poco después de su llegada, Zhang Sheng se había enterado por un monje de que todas las noches Yingying salía al jardín a quemar algo de incienso. Esa noche había ido pronto al jardín y se había escondido en una esquina tras algo de rocalla, esperando poder echar un vistazo a la joven belleza.
Para esa hora, la mayoría de los moradores del templo ya estaban dormidos. La noche sin nubes estaba alumbrada por una luna clara y refrescada por un viento suave. La luz de la luna brillaba en el jardín, proyectando sombras a través de los árboles que parecían bailar con el viento. Las hojas y las ramas parecían tener un revestimiento plateado, que se sumaba al misterio de la noche. Mientras admiraba la fragancia de las flores y la belleza de la luz de la luna, oyó cómo se abría la puerta lateral. Poco después, observó las imponentes figuras de Yingying y Hongniang entrando en el jardín.
Vista a la luz plateada de la luna, Yingying realmente parecía una diosa lunar bajada a la tierra. Su belleza y elegancia dejó inmóvil en su sitio a Zhang Sheng y, por un momento, olvidó dónde y por qué estaba allí.
Yingying encendía tres palos de incienso y rezaba suavemente.
–El primer palo es por mi padre, que su alma ascienda rápidamente al cielo. El segundo palo es por la salud continuada de mi madre. El tercer palo es por...
Hizo una parada. Pero Hongniang sabía en qué estaba pensando, así que interrumpió:
–Permíteme finalizar el tercer deseo por ti, hermana. El tercer palo es por la señorita Cui; ojalá encuentre al señor adecuado lo antes posible.
Hongniang había tomado los pensamientos de Yingying y los había convertido en palabras. La joven se apoyó sobre la mesa del incienso y dejó escapar un profundo suspiro.
Viendo todo esto, la admiración de Zhang Sheng por Yingying no hizo más que aumentar.
–No soy un poeta –pensó el joven–. Apuesto que tiene un gran aprecio por la poesía fina.
Comenzó a recitar un poema sobre ella allí mismo:
En la noche bañada por el brillo de la luz de la luna,
cuando las flores de la primavera lanzan su sombra sobre el suelo,
miro hacia arriba y a la luz de la luna,
Sin embargo, esa hermosa criatura no se encuentra por ningún lado.
Hongniang reconoció su voz y le dijo a Yingying:
–Este debe de ser el perdedor soltero de 23 años.
Yingying también le había oído recitar el poema y sabía que debía de ser Zhang Sheng. Impresionada por la originalidad del poema, respondió con su propio poema de la misma forma:
La soledad, su único compañero en la cámara,
es testigo de la marcha de la primavera desperdiciada.
El que así lo declara,
¡debe compartir su amor con la doncella que suspira!
El poema de Yingying hizo que le doliera el corazón a Zhang Sheng. Ahora no solo estaba impactado por su belleza, sino también por su inteligencia. Qué encantador sería sentarse junto a ella, componer poemas junto con una criatura tan adorable.
Con este pensamiento aún en la cabeza, salió de su escondite y se acercó a las doncellas, presentándose a Yingying con una profunda inclinación de cabeza. Estaba a punto de responder cuando Hongniang se puso en medio:
–Alguien viene, hermana. Deberíamos regresar a los aposentos ahora o nos arriesgamos al descontento de la señora.
Con eso, sacó a rastras a Yingying. Pero, antes de desaparecer de la vista, Yingying se giró y lanzó una rápida mirada a Zhang Sheng. Su corazón saltó y se sintió tan ligero como si flotara. De regreso a su habitación, bajo la solitaria luz de su lamparita, no pudo estudiar ni dormir; no podía pensar en otra cosa más que en ella.
El decimoquinto día del segundo mes lunar, el abad y sus discípulos llevaron a cabo el servicio funerario del fallecido Primer Ministro Cui. Como había prometido, el abad permitió a Zhang Sheng quemar algo de incienso para sus padres en el salón de Buda antes de que comenzara el servicio. No estando seguro de si Madame Cui lo desaprobaría si lo supiera, el abad le dijo a Zhang Sheng que, si ella lo viera alguna vez y le preguntara lo que estaba haciendo, debería decirle que era pariente del abad y estaba quemando incienso para sus padres. Zhang Sheng estuvo de acuerdo.
Enseguida, el canto de las escrituras budistas y los tambores llenaron el templo. El abad invitó a Madame Cui y a la señorita Yingying a que ofrecieran incienso en el salón de Buda.
El abad le dijo a Madame Cui:
–Un pariente mío se aloja en el templo. Es un joven estudiante bien educado. Sus padres fallecieron hace justo un año, así que quiso utilizar este servicio memorial para ofrecer incienso y papel sagrado en su memoria. Estuve de acuerdo, pero temo que pueda usted estar contrariada con esta instrusión.
–Un pariente suyo es un pariente mío –contestó –. Pídale que venga. Me encantaría conocerlo.
Zhang Sheng rápidamente fue a ofrecer sus respetos a Madame Cui y una vez más vio a Yingying sentada junto a su madre. No se atrevieron a hablarse el uno al otro en presencia de su madre. Sin embargo, Yingying aprovechó la oportunidad para echar un vistazo con detenimiento. Recordando su espléndido poema de aquella noche en el jardín, no pudo evitar admirar a este gentil y apuesto joven. Durante toda la ceremonia, Zhang Sheng también dirigió varias miradas a Yingying. Estaba completamente cautivado por sus cejas finas, sus pómulos rosados y su esbelta figura. No se cansaba de mirar a tal belleza.
Nada de esto escapó de la atención de Hongniang, que empezó a sentirse un poco preocupada, temiendo que Madame Cui pudiera darse cuenta de este intercambio de miradas de admiración en medio de la ceremonia. Con el abad y los monjes presentes, también se preocupó de que pudieran llegar a sus propias conclusiones si se daban cuenta de lo que estaba pasando. En cuanto hubo terminado la ceremonia se apresuró hasta Madame Cui.
–Se hace tarde y es hora de que la señora y la señorita regresen al Pabellón del Oeste y descansen.
Entonces acompañó a Madame Cui y a Yingying de regreso a sus habitaciones. Zhang Sheng, siguiendo con los ojos la figura que se iba, no quiso seguir quemando más incienso y se apoderó de él un repentino y sobrecogedor sentimiento de vacío...