CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3

Jia Baoyu lleva a cabo su primer experimento en el Arte de Amar

Desde el momento en que Lin Daiyu entró en la Mansión Rong, las atenciones de la abuela Jia para con ella se habían manifestado de cien formas distintas. Daiyu y Baoyu empezaron a tener un afecto mutuo que excedía con mucho lo que sentían por los demás. Y ahora aparecía de repente esta Xue Baochai en escena, una joven que, solo un poco más mayor que Daiyu, poseía una belleza adulta y una elegancia que, todos coincidían, sobrepasaba la de Daiyu.

Las doncellas ayudaron a acostarse a Baoyu y salieron de puntillas. En cuanto Baoyu cerró los ojos se sumió en un sueño confuso en el que Qinshi parecía estar allí pero parecía vagar ingrávida ante él. La siguió hasta que llegaron a un lugar. Observando encantado que la señora era una dama, Baoyu se adelantó y la saludó con una sonrisa. La mujer hada dijo:

–El sitio en el que estamos ahora no está demasiado lejos de mi hogar. No tengo mucho que ofrecerte pero ¿te gustaría volver conmigo y dejar que trate de entretenerte? Tengo té de hada, que recojo yo misma. Podrías tomar una taza. Y tengo unas pocas jarras de vino nuevo escogido de mi propia elaboración. También he estado ensayando un coro de hadas y una compañía de hadas bailarinas en una suite de doce partes que compuse recientemente llamada Un Sueño de Días Dorados.

Baoyu estaba muy excitado por esta invitación. Y, mientras la seguía, apareció ante ellos un gran arco de piedra en el que estaban escritas las palabras "La Tierra de la Ilusión" en caracteres grandes.

Entrando, Baoyu vio una docena o más de aparadores grandes con tiras de papel pegadas en las puertas en las que había escritos los nombres de distintas provincias. Tuvo el cuidado de buscar la que pertenecía a su propia zona y encontró la tira de papel que lucía los siguientes caracteres: "Las doce bellezas de Jinling; registro principal". En ese momento, entraron las pequeñas doncellas y procedieron a arreglar algunas sillas alrededor de la mesa y poner comida y vino para un festín. En palabras del poeta, el néctar celestial llenó la copa de cristal y el líquido dorado resplandecía en copas de ámbar. Mientras se sentaron a beber vino, entró una compañía de doce bailarinas e interpretó las doce canciones de la nueva suite de canto y baile Un Sueño de Días Dorados.

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Baoyu aún estaba perplejo después de su sueño y aún privado de algunas de sus facultades. Salió de la cama y comenzó a estirarse y ajustarse la ropa, ayudado por Aroma. Mientras le subía los pantalones, su mano, atreviéndose a desviarse del muslo, entró en contacto con algo frío y pegajoso que le hizo echarse hacia atrás alarmada. Le preguntó si se encontraba bien. En lugar de contestar, se sonrojó.

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–Por favor, Aroma, –rogó Baoyu con el rostro avergonzado–, por favor, no se lo digas a nadie.

Aroma se rió suavemente.

–¿Por qué? ¿Has...? –comenzó a preguntar.

Baoyu procedió a darle un relato detallado de su sueño. Pero cuando llegó a la parte en la que hacía el amor con Dos-en-uno, Aroma se echó hacia adelante con un ataque de risa y se tapó la cara con las manos.

Baoyu llevaba mucho tiempo atraído por los encantos coquetos de Aroma y tiraba de ella a propósito, ansioso de compartir las lecciones que había aprendido de Desencanto. Aroma sabía que cuando la abuela Jia la entregó a Baoyu tenía la intención de que le perteneciera en el sentido más amplio posible y así, sin razones para rechazarlo, accedía a sus deseos.

Con la excusa de una relación familiar muy tenue y remota con los Jia, apareció una familia muy humilde, muy insignificante, en la mansión. Su nombre era Wang y eran naturales de estas tierras. Un abuelo había ostentado algún tipo de puesto oficial muy pequeño en la capital y allí había trabado conocimiento con el abuelo de Wang Xifeng, el padre de la Sra. Wang. Con gran admiración por el poder y prestigio del viejo Wang, había buscado unir a su familia con el clan de este último, convirtiéndose en sobrino adoptivo del mismo. El abuelo había muerto hacía tiempo, dejando solo un hijo llamado Wang Cheng. Wang Cheng a su vez había muerto dejando un hijo llamado Gouer, que se había casado con una chica de una familia llamada Liu y ahora tenía dos hijos, un hijo llamado Baner y una hija llamada Qinger. Como no había nadie para cuidar de Qinger y su hermanito, Baner invitó a su suegra, la vieja abuela Liu, a ir a vivir con ellos.

La estación cambiaba de otoño a invierno. Aún no se había llevado a cabo ninguno de los preparativos para el invierno; Gouer estaba muy enfadado. La abuela Liu dijo:

–Tu familia tenía relación con el clan Wang de Nanking. ¿Por qué no pruebas suerte con ellos?

–Bueno, si es como dices, abuela, y siendo que ya has visto a esa señora, ¿por qué no vas allí tu misma? –dijo Gouer.

Al día siguiente, la abuela Liu se levantó antes del amanecer. En cuanto se hubo lavado y peinado, se puso a enseñar unas palabras a Daishan. Hecho eso, salió de viaje y, en el tiempo previsto, hizo el viaje a las puertas de la Mansión Rong. Xifeng le dijo a Paciencia que envolviera veinte monedas de plata y que cogiera una cuerda de efectivo para ir con ella. El dinero se colocó ante la abuela Liu. La abuela Liu, con sentidas expresiones de gratitud, cogió el dinero.

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